En esta ocasión se realizará una entrevista a músicos cubanos que quizás les pueda interesar.
La entrevista comienza así:
—Barbarito, ¿tú naciste en el central Manatí?
—Casi todo el mundo cree eso, pero yo nací en el término municipal de
Bolondrón, provincia de Matanzas, más exactamente en un central
azucarero ya demolido que se llamó San Rafael de Jorrín.
—¿En qué fecha?
—El día de Santa Bárbara, el 4 de diciembre de 1910.
—¿Por qué casi todo el mundo, como tú mismo dices, cree que naciste en el antiguo central Manatí, actual Argelia Libre?
—Cuando solamente tenía cuatro años de edad, mis padres se trasladaron a
otro central azucarero, en la provincia de Oriente, mi querido central
Manatí, donde mi padre trabajó como obrero. Allí, en una escuelita del
batey, estudié las primeras letras, y precisamente en esa escuela empecé
a cantar.
—¿Daban clases de canto?
—No, qué va. Parece ser que a la maestra le gustaba mi voz y la
entonación y me ponía a cantar en los actos escolares y siempre me pedía
que sirviera de voz guía para entonar el Himmno Nacional. En verdad,
desde la más temprana niñez me gusta cantar.
—¿Por qué te gustaba cantar?
—Me gustaba no, me gusta. Mira, yo no sé a ciencia cierta, pero, por
ejemplo, cuando era un niño, escuchaba las grabaciones del Trío
Matamoros, sobre todo las composiciones de Miguel, y me las aprendía y
pasaba todo el día cantándolas. Por aquella época los números musicales
de Miguel Matamoros ya eran famosos.
—¿Cuándo comienzas a cantar como profesional?
—Esto fue en uno de mis viajes a La Habana. La primera vez que vine fue
al terminar la zafra en el Manatí, en 1928. Regresé y al terminar la
zafra del 29 hice mi segundo viaje a la capital, pero regresé para hacer
otra zafra, y en el año 30 le dije a mi madre que iba a repetir el
viaje a La Habana, pero ya para quedarme. Ella no me lo creyó. Vine,
comencé a luchar y aquí estoy desde entonces.
—Me hablas de tres viajes de ida y vuelta al término y comienzo de
zafras azucareras en el central donde vivías. ¿Eso quiere decir que
trabajabas en el central?
—Sí, trabajaba de mecánico durante los períodos de molienda. Yo quería
ser sastre pero a mi padre no le gustaba que aprendiera ese oficio. Así
que me consiguió un trabajo, primero como aprendiz de mecánico, de
ayudante, y de esa forma ocupé después una plaza de mecánico.
—¿Cuando decidiste venir para quedarte tenías aquí algún trabajo ya asegurado?
—Yo vine a luchar. Vine a quedarme, porque como a todos los del campo, a
todos los guajiros, La Habana me deslumbró desde la primera vez.
—¿Viniste con la idea de triunfar cantando?
—Cuando llegué aquí, en ese tercer viaje, que fue el 11 de mayo de 1930,
no pensé ni por un momento que venía a cantar ni que pudiera hacerlo y
muchísimo menos que seria conocido como cantante. Como he dicho antes,
me gustaba cantar pero no vine con esa idea.
—Bien, eso no fue lo que te trajo a la capital, pero cantaste y triunfaste. ¿Cómo sucedió?
—Como me gustaba la música empecé a recorrer los lugares donde ensayaban
los sextetos, que eran las agrupaciones que estaban de moda entonces.
Cuando a uno le gusta una cosa, realmente la busca. Un amigo, nombrado
Alberto Rivera, a quien conocí en mi primer viaje, me llevó a la casa de
la calle Vapor número 7, esquina a Hornos, que era el lugar donde
ensayaba el Sexteto Matancero de Graciano Gómez. Me presentaron y Rivera
le dijo a Graciano que yo cantaba. Me invitaron a que lo hiciera y
canté el bolero de Miguel Matamoros Olvido. Aplaudieron los músicos y la
gente que estaba allí. Continuaron ellos su ensayo y yo me fui. Pero
como el ambiente me resultó muy agradable, al día siguiente me fui de
nuevo a oírlos ensayar. Cuando llegué, Graciano me dijo que estaba
buscando una voz prima y me preguntó si quería cantar con ellos. Les
dije que sí, pero que a fin de año yo tenía que volver a mi trabajo en
el central. Él e Isaac Oviedo me convencieron de que el período de las
Navidades y el fin de año eran las fechas de mayor cantidad de trabajo.
Accedí, seguí ensayando con Graciano y con Isaac, y desde entonces ésta
es mi profesión.
14 de abril, 1977
Graciano Gómez: Un día Albertico, que era un asiduo a los ensayos, me
presentó a un hombre muy joven y muy serio y me dijo que aquel joven
cantaba. Le pedí que lo hiciera. Yo estaba buscando una voz de primo
pero no le dije nada, y él cantó Olvido. La voz de aquel joven no
necesitaba de micrófono, es esa misma voz que aún conserva Barbarito
Diez y cantó así, como siempre lo hemos visto, sin apenas moverse. Al
día siguiente lo convencí para que se quedara en el trío.
—Barbarito Diez: ¿Usted se recuerda, Graciano, qué fue lo que yo le dije cuando me propuso quedarme?
—G.G.: Ah, sí. Me dice: «Yo no sé tocar claves, ni maracas y mucho menos
guitarra.» Pero a mí lo que me interesaba era un cantante y por
casualidad, ese día encontré al mejor.
—Orlando Castellanos: Barbarito, me dijiste en otra entrevista que
habías ido al ensayo del Sexteto Matancero de Graciano y ahora se está
hablando del trío.
—B.D.: Creo que el que puede explicar mejor esto es el propio Graciano.
—G.G.: Sí, como teníamos que buscarnos la vida, yo armaba un sexteto, un
cuarteto, un trío y hasta un dúo. Organizaba lo que hacía falta para
cada momento y lugar.
—B.D.: Yo canté en todas esas combinaciones musicales que hacía Graciano.
—G.G.: Pero lo que más repercutió de todos fue el trío que integramos Barbarito, Isaac Oviedo, ese tremendo tresero, y yo.
—O.C.: ¿Por qué fue el que más repercutió?
—G.G.: Como éramos tres personas solamente, podíamos cantar, como lo
hicimos, en los cafés Mar y Tierra y Vista Alegre, y allí nos
contrataban también para fiestas particulares alguna gente pudiente,
como industriales, comerciantes, artistas, políticos y periodistas de la
época…
—B.D.: Siempre andábamos de un lugar para el otro. El café Vista Alegre,
que estaba en Belascoaín entre San Lázaro y Malecón, tenía entrada por
las tres calles, y servicio durante las veinticuatro horas, y lo
frecuentaban, principalmente, la gente de dinero. Tenía un magnífico
restaurante con reservados, salones amplios de muchas mesas y una gran
barra. Nosotros tocábamos en el restaurante, les gustábamos y nos
llevaban a sus fiestas, y así vivíamos relacionándonos con mucha gente
distinta cada día.
—G.G.: Fue ahí donde yo le presenté a Barbarito al maestro Antonio María
Romeu, al doctor Eduardo Robreño, a Sindo Garay, a Sánchez Galarraga,
al guitarrista Guyún, a Gonzalo Roig, en fin, todas aquellas gentes del
desaparecido Vista Alegre.
—B.D.: Trabajábamos mucho. A veces con aquella bohemia habanera que
tenía su centro en el Vista Alegre terminábamos con el sol afuera.
—G.G.: Y mire, Castellanos, Barbarito, que se inició tan joven en ese
ambiente de bohemia, de tragos, porque entonces tenía veintiún años,
nunca bebió ni fumó. Eso sí, trabajaba, cantaba con toda dedicación y
seriedad. A Barbarito le decían El Negro Lindo y le gustaba mucho a todo
el mundo, tanto que siempre me insistían en que lo llevara al Vedado
Tennis Club, al Country, a todas partes. Lo admiraban desde entonces por
su «hombría de bien», como dicen los antiguos, y por su manera de
tratar al público: no era solamente su forma de cantar, sino su trato
con las personas. Desde los más pobres hasta los más ricos, lo elogiaban
por todas esas cualidades.
—O.C.: ¿Y hasta cuándo el trío trabajó en el Vista Alegre?
—G.G.: Hasta el 31 de diciembre de 1958.
—O.C.: Pero, Barbarito, tú te habías ido antes del trío, ¿no?
—B.D.: No. Yo permanecí en el trío, ahí en el Vista Alegre, durante
veintiocho años, desde 1931 hasta el 31 de diciembre de 1958.
—O.C.: ¿Por qué la fecha tan precisa?
—B.D.: Ese día el café lo cerraron porque los dueños del inmueble habían
decidido venderlo, pues iba a ser demolido para construir un edificio
de varias plantas.
—O.C.: Ya para esa fecha tú eras conocido por medio de la radio y los
discos como cantante de la orquesta del maestro Antonio María Romeu.
—G.G.: Antes de que Barbarito le conteste, déjeme decirle que ésa es una
larga historia. La primera vez que Romeu lo escuchó cantar se me acercó
y me dice: «Oye, qué buena voz tiene ese muchacho, y qué medida
musical.» Esto también me lo dijo Sindo. Luego, cada cierto tiempo, en
el café o cuando yo pasaba por su casa, incluso a altas horas de la
madrugada, Romeu me pedía algunas de mis composiciones diciéndome:
«Mira, ésa que canta el muchacho», así le decía por esa época Romeu a
Barbarito. El maestro las tomaba y las arreglaba para tiempo de danzón.
El doctor Eduardo Robreño también se me acercó varias veces diciéndome
que sería bueno que Barbarito cantara con la orquesta del maestro sin
que dejara el trío…
—B.D.: Y así fue. Comencé a cantar con el maestro Romeu en la emisora El
Progreso Cubano, la actual Radio Progreso, que estaba instalada por
entonces en la calle Monte. Uno de sus cantantes era Diego Rodríguez y
el otro era Rogelio Martínez, que cuando necesitaba hacer algún otro
trabajo me pedía que lo supliera en las transmisiones. En 1937 Dieguito
pasó a la orquesta de Armando Valdespí y me quedé fijo con el querido
«mago de las teclas», que es como se le conoce a Romeu. Era el cantante
de la orquesta pero seguía actuando con el trío. Al fallecer Romeu, en
1955, me hice cargo de la orquesta junto al hijo del maestro, aunque
siempre seguí actuando con mis hermanos Graciano e Isaac.
3 de febrero, 1975
—Hablemos de tus primeras grabaciones de discos.
—Esto fue en el 37 ó 38, con la orquesta. Los temas fueron: Dime que me
amas, de María Teresa Vera; Volvi a querer, de Mario Blanco; de Graciano
Gómez, Dale como es; de Julián Fiallo, El bombero; y De amor no se
muere nadie, de Faustino Miró. También de ese tiempo, pero la fecha no
la tengo muy clara, son las grabaciones que hice con el cuarteto de
Graciano.
—Se propaló el rumor y hasta creo que se publicó el pasado año, que te habías jubilado…
—No fue un rumor. En julio de 1974 presenté mis papeles para el retiro,
la jubilación como se dice ahora. En diciembre cumpliré sesenta y cinco
años y tengo cuarenta y tres de trabajo artístico. Me llegó la
jubilación y con ella en la mano me dije: «Si aún estás saludable, la
gente te quiere y aplaude, te llaman de la radio, de la televisión,
grabas discos, te contratan para fiestas y espectáculos… si te gusta
cantar, ¿para qué pides la jubilación?» Ahí mismo le di marcha atrás.
Devolví la chequera y continúo. Creo que puedo cantar algunos años más.
Si llego a acogerme al retiro que pedí y se me concedió, me hubiera
enfermado. Yo padezco de diabetes, pero me siento bien, tengo mi
tratamiento. Yo estoy muy enamorado de mi trabajo. Me gusta cantar y me
parece que puedo hacerlo por unos años más, y aquí me tiene trabajando.
20 de noviembre, 1979
—En otra oportunidad hemos hablado de tus primeras grabaciones. Quisiera conocer ahora cuántos discos has grabado.
—Hasta esta fecha tengo once placas de larga duración. De los grabados
en 78 y 45 he perdido la cuenta. Espero que en unos meses salga el LD
número 12.
—¿De los temas que has interpretado, cuáles estimas que son los que prefiere el público?
—Siempre me piden Entre espumas, de Luis Marquetti; La perla del Edén,
Tú no comprendes, Longina, Olvido… Son tantos los que siempre me
solicitan que sería muy extensa la relación.
—¿Y tú cuáles prefieres?
—Todo lo que he cantado y canto me gusta, por eso las interpreto. Pero
sí, tengo preferencias: En falso, que la canto desde los años cuarenta y
es original de Graciano Gómez; Perla marina, de Sindo Garay; Longina,
de Manuel Corona; Allí donde tú sabes, de Luis Marquetti. Pero dejémoslo
ahí, porque la relación sería larga.
—¿Se da el caso de autores que te han llevado sus obras para que las estrenes?
—Muchos de ellos lo han hecho y lo hacen todavía. Para mí es un honor
que tengan esa confianza, y ese cariño. Cuando me las traían, yo se las
daba al Viejo, que era como cariñosamente llamábamos a Romeu; ahora se
las doy al arreglista de mi orquesta.
27 de junio, 1980
—Hace algunos años, en el 75 ó 76 , te conté sobre la inmensa
popularidad de que gozas en Venezuela. En casi todas las casas que
visité vi tus discos, y en muchas hasta los escuché. Las emisoras los
ponían en su programación. En los días finales del año, era tu voz una
de las que más se oía… Ahora, al fin, por lo menos los caraqueños, te
tendrán entre ellos.
—Para mí esto representa una emoción muy grande. Siento una gran
felicidad. Esperaba esta oportunidad desde mucho tiempo atrás. ¡He
recibido y saludado a tantos venezolanos que han venido a Cuba y han
querido conocerme! Tú mismo me contaste tantas cosas lindas… Luego, el
disco de larga duración que me solicitaron con temas venezolanos y que
grabé con mucho agrado en 1977 y que he sabido está entre los más
populares de aquel país. Al fin iré a Venezuela con un contrato para
actuar con la orquesta en el hotel Tamanaco. Solamente deseo no
defraudar a los venezolanos y regresar con gloria a mi Patria.
2 de agosto, 1980
—¿Cómo fue tu encuentro con el pueblo venezolano en Caracas?
—La emoción me embarga todavía. Estoy lleno de felicidad. A grandes
rasgos te contaré que la noche del debut en el hotel Tamanaco, en un
espectáculo denominado El super show del recuerdo, la orquesta abrió con
un danzón instrumental: Tres lindas cubanas, aquel danzón que fue
siempre el preferido del maestro Romeu. Al terminar la orquesta el
aplauso fue extraordinario. Anunciaron entonces mi actuación. El
público, que repletaba aquel inmenso salón, se puso de pie y aplaudió
durante no sé qué tiempo, y comprobé que tenía fuerte el corazón porque
pensé que no resistiría esa emoción. Ha sido la ovación más grande que
he recibido en mi vida. Así ocurrió con cada uno de los temas que
interpreté, y fueron doce cada noche. La noche de despedida, aquello que
era un espectáculo para ver y escuchar, se convirtió en un inmenso
baile, y aún no me explico cómo se las arreglaron para danzar, ya que el
piso estaba totalmente cubierto con una alfombra. Todo el mundo se puso
a bailar… Son muchos los gratos recuerdos que guardo y guardaré de
estas presentaciones en Venezuela, del cariño y respeto de los
caraqueños. Esto jamás se podrá borrar de mi memoria. Imagínate que esto
me sucede ya con sesenta y nueve años de edad. ¿Dime si no es para
sentirse satisfecho?
14 de octubre, 1981
—Acabas de realizar un segundo viaje a Venezuela. ¿Qué puedes contarme?
—Si el del año pasado es inolvidable, este segundo ha sido superior.
Fíjate, Castellanos, que yo, que apenas me muevo mientras canto, hasta
bailé.
—¿Cómo fue eso?
—Un joven, mientras la orquesta tocaba un danzón instrumental, fue hasta
el escenario y de una manera tal me pidió que, por favor, bailara con
su abuela que estaba ahí y quería que la complaciera. Como todos saben
aquí, yo no acostumbro a hacer eso, pero era una señora ya muy mayor, y,
ante aquella solicitud, salí a bailar. Pero el caso es que no pudimos
terminar porque vino una joven y le pidió que la dejara bailar a ella.
Después siguieron llegando damas de todas las edades a pedirme que
bailara con ellas, hasta que el empresario intervino diciendo que no me
podía agotar para cantar con la orquesta. Fue algo inusual pero te digo
que muy hermoso.
—¿Esto fue en Caracas?
—No, en Maracay. En Barquisimeto ocurrió que en medio del espectáculo
comenzó a llover, era un lugar al aire libre y nadie se movió, nadie se
fue, es lo que quiero decir, porque la gente sí se movió y se puso a
bailar debajo de aquella lluvia y los músicos, naturalmente, también nos
empapamos. Luego actuamos en el Poliedro de Caracas, nos antecedieron
tres orquestas y cerramos nosotros. Fue fantástico. Como te digo, el
éxito fue superior y como siempre, el cariño de los venezolanos,
inmenso.
11 de febrero, 1985
—¿El pasado año volviste a Caracas?
—Sí, fuimos un grupo de artistas cubanos, entre otros, Pablo Milanés,
para actuar en el Ateneo de Caracas. Fue un lindo espectáculo y se nos
recibió y trató con ese gran cariño que sentimos los dos pueblos el uno
por el otro.
—Precisamente, quisiera que me dijeras en qué países has estado a lo largo de tu carrera.
—En 1933 viajé con el Sexteto Matancero de Graciano Gómez a Puerto Rico.
Estuvimos cuatro meses allí y regresamos por la insistencia mía de
volver. Luego, en 1958, viajé a la República Dominicana con la orquesta
de Romeu, dirigiéndola en esta oportunidad Armando Valdespí. Allí
permanecimos diez días. En 1959 actué en Nueva York, en un teatro. Este
viaje lo hice con cierto temor, pues iba pensado que yo no tocaba un
tambor, ni clave, ni bailaba, que sólo cantaba sin moverme. Mi temor fue
infundado. Desde los primeros compases que acometía la orquesta, la
gente conocía cuál era el número que cantaría y arrancaban los aplausos.
En 1960 fuimos a tocar un baile en Miami. Después los viajes a
Venezuela del 80, 81 y 84, pero de esto hemos hablado en otras
oportunidades. En México actué en 1981 y ahora en el 85.
—En Cuba te hemos podido admirar y aplaudir en actuaciones, en bailes, por la radio…
—Sí, también la televisión, el teatro, cabarets, pues por más de un año
hice con Graciano e Isaac lo que se llamó El café de los recuerdos en el
Salón Rojo del Capri.
—El número de discos de larga duración que habías grabado en 1979 eran doce, ahora debe haber aumentado…
—Ahora pasan de veinte.
—De acuerdo con tu ojo clínico, ¿cómo está la salud de la música cubana en el inicio de este año 1985?
—La salud de la música cubana es tan buena que hay agrupaciones y
solistas de otros países que la mantienen en sus repertorios, tanto la
más vieja como la más nueva. Puede ser que necesite alguna inyección de
buena o mejor difusión para que los jóvenes le tomen más cariño, le
tomen más el gusto. No estoy porque nos encerremos en la música cubana
solamente, pero sí que sea difundida más ampliamente, la de todos los
tiempos, para que no se nos vaya olvidando.
—¿Tus preferencias musicales como intérprete siguen siendo las mismas de hace quince o veinte años?
—He preferido siempre aquella música con la que comencé a cantar, hace ya cincuenta y cuatro años.
—A los setenta y cinco años de edad, ¿Barbarito tiene algún mensaje para el pueblo que tanto lo admira?